PEDOFILIA Y PEDERASTIA.
- Forum Iustitiae
- 1 sept 2019
- 30 Min. de lectura
Actualizado: 22 mar 2020
Análisis del fenómeno a través de distintas perspectivas entre los directamente involucrados.
Este trabajo es una adaptación del trabajo original en co-autoría con Zuriñe Doncel, Patricia Martín y Sergio Rico. La adaptación responde a una necesidad de respetar la privacidad de los involucrados en la investigación. Es por eso, que se censuran los testimonios, hablando de las conclusiones directamente.
Durante este trabajo pretendemos realizar un recorrido por los principales afectados de este fenómeno: las víctimas y el victimario. Todo fundamentado en una serie de entrevistas tanto a víctimas como a profesionales del ámbito. Para ello estructuramos este recorrido de la siguiente manera:
1.- Introducción: concepción cultural del abuso sexual de menores.
2.- Fundamentación teórica.
2.1.- Evolución histórica.
2.2.- Abuso sexual de menores.
2.2.1.- Factores de riesgo.
2.2.2.- Indicios.
2.2.3.- Impacto psicológico.
2.2.4.- Tratamientos en víctimas de ASI.
2.3.- El pedófilo en la sociedad.
2.3.1.- La psique del pedófilo.
2.3.2.- Tratamiento para pedófilos.
3.- Metodología.
4.- Conclusiones.
1.- INTRODUCCIÓN: CONCEPCIÓN CULTURAL DEL ABUSO SEXUAL DE MENORES.
La palabra pedofilia proviene del griego paidofilia, de los términos ‘’páis-paidós”, que significa niño, y “philia”, que significa amistad o afecto. Este término comenzó a utilizarse alrededor del año 1980, cuando el psiquiatra alemán Richard von Krafft-Ebing lo acuñó en su importante libro “Psychopathia Sexualis”, en el cual describía diferentes psicopatologías sexuales. Desde entonces se han llevado a cabo muchos estudios acerca del fenómeno, tratando de hallar las causas biológicas y psicológicas, de clasificar los tipos de pedófilos y su relación con los delitos sexuales.
Frecuentemente, se tiende a utilizar como sinónimos los términos de “pedofilia” y “pederastia”, pero no significan lo mismo. La pedofilia se define, según el Diccionario de la RAE, como “Atracción erótica o sexual que una persona adulta siente hacia niños o adolescentes”. Y, la pederastia, como “Inclinación erótica hacia los niños y abuso sexual cometido con niños”. Por tanto, podríamos extraer que, en el primer caso, se trata de algo psíquico (fantasías), y, en el segundo, se lleva a la práctica dicha fantasía.
El Manual Diagnóstico de los Trastornos Mentales (DSM- V) incluye la pedofilia dentro de la categoría de parafilias, en el apartado de “Trastornos sexuales y de la identidad sexual”. Y la define como “fantasías sexuales recurrentes y altamente excitantes, impulsos sexuales o comportamientos que implican actividad sexual con niños pre púberes o niños algo mayores (generalmente de 13 años o menos)”.
Por su parte, la pederastia proviene del griego “pederastia”, que hace referencia a la penetración anal. Se refiere fundamentalmente al sexo anal entre los homosexuales, pero también se suele utilizar para aludir a las prácticas sexuales realizadas por un adulto a un menor.
Por lo tanto, podemos afirmar que no hay una única forma de definir la pedofilia y la pederastia, puesto que son términos cambiantes y la linea que los separa es bastante difusa.
Con todo, más allá de las definiciones y clasificaciones actuales de la pederastia en nuestra cultura y sociedad, el fenómeno de la pederastia siempre ha estado presente en nuestra sociedad, de forma oculta, tanto en las culturas más primitivas, como en las más desarrolladas, en cualquier nivel económico y sociocultural. Pese a que a día de hoy la pedofilia se define como trastorno psicológico, esto no quiere decir que las diferentes sociedades hayan funcionado de esta manera siempre. Como ya sabemos, la forma de catalogar las patologías está directamente relacionada con la concepción cultural y moral de las acciones. De esta manera, por ejemplo, en la antigua Grecia, era costumbre llevar a cabo dichas prácticas como “proceso de iniciación de los jóvenes”, sin ser catalogadas negativamente en ningún momento. En vez de eso, la relación de un adulto con un niño se consideraba costumbre, estando éstas integradas en las leyes y los rituales de dicha cultura. Así, la pederastia que se penaba y se juzgaba moralmente en Grecia era únicamente la llevada a cabo con jóvenes menores de 12 años.
Este ejemplo ilustra claramente cómo la cultura incide en la moral de sociedad delimitando qué está bien y qué está mal, qué comportamientos son catalogados como patológicos y cuáles no. De todas formas, para confirmar esta relación no hace falta irse a la antigua Grecia, sino que podemos centrarnos en otras culturas actuales como la japonesa, o incluso la española, y seguir confirmando lo dicho. Así, podemos observar esto en la normalización del ocio con contenido pedófilo en Japón (relativo a cómics, videojuegos, series animadas, etc.): este contenido a día de hoy se encuentra totalmente normalizado y aceptado legalmente en Japón.
A su vez, sin irnos tan lejos, según las estadísticas realizadas por Pornhub (una de las páginas web pornográficas legales más utilizadas por los usuarios), tanto en 2016, 2017 y 2018, entre las categorías más buscadas a nivel mundial y español se encuentra teen, siendo ésta una categoría traducida como “adolescentes” que puede incluir a jóvenes de 13 a 19, dándose en muchas ocasiones una intención de que la actriz aparente ser mucho más joven de lo que es. De esta manera, vemos cómo se sigue confirmando hoy en día la existencia de una normalización en determinadas preferencias sexuales, normalizando el consumo de este tipo de relaciones en ciertos casos, y castigándolo moralmente en otros supuestos.
Pese a que los casos mencionados no son equiparables con las conductas pederastas penadas actualmente ni a las normalizadas en la antigua Grecia, pensar en éstas prácticas y estás normalizaciones que se dan hoy día y en el hecho de que de forma paralela se persigan con gran determinación delitos como el de pornografía infantil, hace que nos demos cuenta de la fuerza de la cultura en la sociedad en lo relativo a lo concebido como “bueno”, “correcto” o “legal”, y lo concebido como “malo”, “delictivo” o “incorrecto”.
Claramente existen diferencias obvias en la persecución de la pornografía infantil y los otros sucesos mencionados, como es la explotación de un menor, su violación y abuso para llevar a cabo la grabación de estos contenidos. Aún así, más allá de eso existe una clara concepción de delincuentes, pese a que esto está empezando a cambiar en algunos colectivos, por parte de la sociedad hacia personas con tendencias sexuales pedófilas; concepción que no recae en otros comportamientos similares normalizados, como los mencionados con anterioridad.
Con todo, desde hace varias décadas, debido a evolución y al cambio de sensibilidades y moralidades sociales y culturales, se han visto incrementadas las denuncias presentadas contra este fenómeno. Los nuevos medios de comunicación, los cambios en la legislación y el clima social han sacado a la luz más casos vinculados a estos sucesos, lo que nos ha proporcionado la posibilidad de indagar más en el mismo, favoreciendo así la recopilación de información para su posterior estudio. Sin embargo, junto a este progreso social, se ha unido el desarrollo de las nuevas tecnologías, gracias a las cuales los pederastas pueden encontrar de manera más sencilla la aceptación y normalización de estas tendencias sexuales, así como sirven a la vez de reforzador de sus pensamientos, fantasías e impulsos. Internet puede servir como instrumento perfecto para la creación, reproducción y expansión de las prácticas sexuales a menores.
De esta manera, actualmente se está viviendo en ciertas sociedades, de forma paralela al incremento de la denuncia social de la pederastia, un incremento de las facilidades para delinquir en un pederasta gracias a Internet, así como una tendencia normalizadora e incluso regulacionista de la pedofilia.
2.- FUNDAMENTACIÓN TEÓRICA.
2.1.- Evolución histórica.
La evolución e investigación de la infancia empezó a documentarse a mediados del siglo XX, ya que, según afirman los historiadores, los niños tenían poca importancia para las sociedades de la época. Sin embargo, para entender la pedofilia hay que hemos creído necesario realizar una contextualización histórica de estos abusos sexuales y el trato que se le ha dado a través de las diferentes épocas.
Empezamos hablando de los Helenos (hoy en día más conocidos como griegos) que hoy en día se ha visto como una libertad sexual envidiable, pero que, tras un análisis exhaustivo, varios historiadores coinciden en denominarlo ''violación''. Estas costumbres se fueron excediendo con el tiempo y las normas legales que intentaban castigar esos crímenes se preocupan más de sancionar a los victimarios que de atender a las víctimas.
“Disfruto las flores de uno de doce; si son trece los años, más fuerte deseo siento; el que tiene catorce destila de amor más fuertes, más gusto en el que está en el tercer lustro. ''
(Estraton, citado por Gil Sáez Martínez J., 2015).
En la antigua Grecia, tal y como hemos mencionado, los niños sufrían todo tipo de abusos sexuales. De hecho, estas practicas constituían un ritual de iniciación a la edad adulta: los jóvenes entre 12 y 16 años debían ser iniciados por su maestro en una relación homosexual. Los maestros eran la parte activa y eran denominados ''Erastes'' y los jóvenes eran sujetos pasivos denominados ''Eromenos''. Como en todos los rituales, luego, los Eromenos pasaban a ser Erastes de otros jóvenes. Esto pues era ''una relación homosexual regulada por leyes y rituales como parte de su formación humana'' (Gil Sáez Martínez J., 2015). Esto también era potenciado en la batalla, puesto que los militares que mantenían relaciones sexuales con sus compañeros luchaban con mayor intención puesto que luchaban al lado de sus Eromenos o Erastes. Este ritual no solo era sexual, sino que marcaba el inicio de los menores en la vida adulta. Tal y como he mencionado antes estos rituales eran enmarcados dentro de unas reglas, reglas que constituían ley: Mantener relaciones con un menor de 12 años o sin el consentimiento de este era delito (aunque se desconocen las penas). Estos, entendía la pedofilia como mantener relaciones homosexuales con menores de 12 años (pre púberes), y la pedofilia, tal y como hemos mencionado, era ilegal.
El derecho penal romano castigaba estas conductas a través de la figura legal del estupro. El estupro es una forma de delito sexual que se produce cuando un mayor de edad mantiene relaciones sexuales consensuadas con un adolescente. Se diferencia de lo mencionado hasta ahora porque no ejerce violencia directa sobre ella, sino que la víctima manifiesta el consentimiento. Se presupone que se ha aprovechado la inmadurez de la víctima. La legislación romana regula la pederastia dentro de las conductas inmorales, sancionando las relaciones entre mayores y menores de 17 años. Sin embargo, estas leyes no amparan a los esclavos.
``La explotación sexual que sufrían centenares de niños y niñas abandonados por sus padres al poco de nacer. Convertidos en esclavos, muchos caían en manos de codiciosos proxenetas y alimentaban en todo el Imperio un sórdido y boyante mercado de prostitución infantil. La literatura cristiana abunda en referencias a este tráfico sexual de menores y lo condena sin paliativos, lo que ciertamente es una de las aportaciones morales más encomiables del cristianismo primitivo.”
(Fernández Urbiña, J, 2006)
Con la llegada del cristianismo como religión oficial del imperio romano se producen cambios legislativos, hasta llegar a promover la pena de muerte para el abuso sexual de menores en algunas zonas.
“El que persuadiera a un muchacho para el estupro, apartando o sobornando antes al acompañante que lo guardaba, o hiciera proposiciones deshonestas a una mujer o una joven, o hiciera algo con fines impúdicos, o diera regalos o remunerara para persuadir a tales personas, sufre la pena capital si consuma el crimen, y la deportación si no llega a consumarlo; los acompañantes que se dejan corromper sufren la última pena” (D.47.11, 1, 2 citado por Gil Sáez Martínez J., 2015).
En la Edad Media estas prácticas eran un delito de sodomía. La sodomía era el peor pecado puesto que suponía ir contra natura (contra la procreación) en base a la doctrina escolástica. De hecho, en la España visigoda esas prácticas eran castigadas severamente con la castración tanto a las víctimas como al victimario. Las víctimas podrían librarse de la pena siempre que demostrasen ser menores de 14 años o haber sido forzados a ello. Si se les eximia de la responsabilidad sólo debían presenciar la ejecución del otro implicado para ser absuelto.
En la sociedad española del Antiguo Régimen, hasta la promulgación del primer código penal (1848), existían un conjunto de delitos sexuales como estupro, violación, abusos deshonestos, y rapto. Los abusos deshonestos durante el Antiguo Régimen eran frecuentes y se cometían dentro de entornos familiares y las víctimas eran personas de clase humilde. Esto se debía al ambiente de excesiva familiaridad sexual: dormían con los padres en casas muy pequeñas, compartían habitación y eran víctimas de abusos sexuales habitualmente. Muchas veces, igual que ahora, se hacían tratos entre las familias que vendían del silencio de una a cambio del dinero de la otra. Todo ello sin prestar ninguna atención al sufrimiento de la víctima ni a las consecuencias psicológicas o emocionales de los mismos (Gil Sáez Martínez J., 2015 adaptado).
En la España durante el siglo XIX, los abusos sexuales a menores se volvieron todavía más frecuentes tanto dentro de la familia como fuera de ella. La normalización de estas situaciones vino dada por la indemnidad de estos actos, puesto que a pesar de ser numerosos la denuncias y condenas no eran tan abundantes. Esto respondía a una falta total de protección jurídica del menor. Además, la precariedad económica y la explotación laboral de menores durante la industrialización no hizo más que agravar esta situación.
Durante el siglo XX se intentó proteger a los menores de los malos tratos. Durante el reinado de Alfonso XIII, se destinaron fondos para la creación de instituciones que luchaban contra la mendicidad y la delincuencia de los más jóvenes. Sin embargo, no se hizo una correcta intervención en este ámbito.
Con la dictadura de Primo Rivera (1923-1930), los homosexuales se convierten en los mayores condenados por abuso sexual de menores entendiendo que todos los homosexuales eran pedófilos. No supuso más que una estrategia política enfocada a la religión que no pretendía la protección del menor sino la purga de homosexuales.
Con la llegada de la Segunda República los datos no cambian; se estima el mismo numero de abusados (alto) y de condenas (baja). De hecho, a pesar de la falta de cifras, durante las guerras civiles, ''se abusó sexualmente de mujeres menores de edad tanto religiosas como seglares en la zona republicana y muchas mujeres menores de edad fueran milicianas o no combatientes fueron víctimas de abusos sexuales, violaciones por parte de los sublevados.'' (Gil Sáez Martínez J., 2015). Y la situación no cambia después de la guerra civil, puesto que la falta de víveres, convierten a los niños en moneda de cambio. Lo que sí se modifica es la percepción de esta realidad, que pasa de ser algo vox populi a un delito de ataque a la honestidad de la familia la simple insinuación de estas prácticas.
En la democracia nacen asociaciones tanto públicas como privadas de acción para proteger y asistir a los menores en situación de riesgo, incluye el abuso sexual entre estas situaciones. Esto viene dado tras la ratificación de España de la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño (1990). Prácticamente, al mismo tiempo entra en vigor la Ley Orgánica 3/1989 que actualiza el Código Penal y denomina delitos contra la libertad sexual a los antes denominados delitos contra la honestidad. A esto le suceden una serie de legislaciones para ña protección del menor hasta la legislación vigente en la actualidad (de la que hablaremos un poco más adelante).
''A nivel sociológico, los abusos sexuales a menores comienzan a finales del siglo XX a ser vistos por la sociedad como un delito grave que debe ser perseguido, y prueba de ello es el hecho de que, en la primera década de este siglo, es el aumento del número de denuncias ante los tribunales de justicia. ''
(Gil Sáez Martínez, 2015)
2.2.- Abuso sexual de menores.
El abuso sexual es considerado una de las formas más graves de violencia, sobre todo cuando las víctimas son infantes. Como ya hemos visto en puntos anteriores, estas prácticas han estado presentes desde el inicio de los tiempos, pero solo hasta hace poco han empezado a considerarse un problema. Se ha reconocido de muchas formas el impacto y las consecuencias negativas en los menores, que recientemente han sido determinados como sujetos merecedores de derechos.
El abuso sexual infantil (ASI) supone una transgresión de los límites personales y la intimidad del niño (de ahí la necesidad de una educación íntegra del menor sobre el espacio personal y la indemnidad). Save the children (Orjuela López L. y Rodríguez Bartolomé́ V., 2012) define estas prácticas como “la imposición de comportamientos de contenido sexual por parte de una persona (un adulto u otro menor de edad) hacia un niño o una niña, realizado en un contexto de desigualdad o asimetría de poder, habitualmente a través del engaño, la fuerza, la mentira o la manipulación’’.
Cabe añadir que el ASI no solo consiste en el contacto sexual directo, sino que hay conductas sin contacto directo que contribuyen a esto, como pueden ser: el exhibicionismo, la exposición de menores a material pornográfico, el grooming (entendido como ganar la confianza del menor mediante internet) o la utilización/manipulación de menores para la producción de material visual de contenido sexual.
La explotación sexual infantil (ESI) podría denominarse la forma más extrema de las ya mencionadas prácticas sexuales con menores. Save the children (Orjuela López L. y Rodríguez Bartolomé́ V., 2012) la define como “la utilización de menores de edad en actos de naturaleza sexual a cambio de una contraprestación, normalmente económica’’.
Por lo tanto, encontramos 3 modalidades diferentes a la hora de analizar este término:
Abuso sexual infantil con o sin contacto físico.
Imágenes de abuso sexual a través de las TIC.
Explotación sexual infantil y trata.
Esta última modalidad, la explotación sexual comercial infantil (ESCI), abarca la implicación de menores en producción de pornografia, prostitución infantil, tráfico de niños con fines sexuales y en turismo sexual.
El turismo sexual es una clase de turismo en el que, fundamentalmente, se busca mantener relaciones sexuales (en este caso, con menores). Se trata de un fenómeno mundial que cada año vulnera los derechos humanos de niños y niñas. Entre las razones que promueven este turismo podríamos señalar la diferencia de percepción social sobre las relaciones sexuales con menores entre un país y otro, mayor impunidad ante el delito, el fácil acceso a menores de edad, que el precio sea más bajo o una mayor discreción por conocer a nadie en el país.
2.2.1.- Factores de riesgo.
Según diversos autores, existen una serie de factores que intervienen para la elección de víctimas y la desprotección del menor:
Factores sociales: la falta de concienciación del menor sobre su espacio personal.
Factores del pensamiento social: afectan a la situación de forma muy negativa, como por ejemplo los estereotipos de género, la validación social de la violencia y las relaciones de poder, la validación de ciertas agresiones sexuales, la trascendencia que tienen las vivencias en la infancia para el desarrollo y la vida de las personas, las falsas creencias sobre la sexualidad infantil y de la sexualidad adulta, la tolerancia social en la utilización de los menores o adolescentes en pornografía o en prostitución infantil, las costumbres culturales que promueven el matrimonio temprano y el consumo de alcohol y de sustancias psicoactivas ha demostrado ser un factor asociado al abuso sexual infantil.
Factores familiares: son aquellos que nacen acorde a las relaciones familiares durante la infancia: la presencia de relaciones familiares en donde se ejerce el poder de manera abusiva y no equitativa, las dificultades en la comunicación, la distancia emocional, incapacidad para responder a las necesidades del menor, la falta de información sobre el desarrollo infantil y sobre el desarrollo de la sexualidad, la violencia de género y los menores en situación de desprotección o presencia de otras formas de violencia como negligencia, maltrato físico, etc.
Factores personales de los menores: los menores discapacitados que muestran una mayor vulnerabilidad a las formas de violencia, aquellos menores que no tienen vínculos de apego seguro con sus cuidadores o con carencias afectivas, que crecen en un entorno de violencia de género, que no tienen información (sobre situaciones de riesgo o sobre sexualidad) o el hecho de se mujeres.
Factores personales de los agresores: sobre todo los relacionados con un historial familiar donde se ejerce la violencia de género y donde los estereotipos machistas influyen notoriamente en sus vidas, con presencia de maltrato físico, psicológico o sexual. En cuanto a las capacidades personales, cabe destacar la poca empatía, las distorsiones cognitivas, el consumo de pornografía infantil y la presencia de un trastorno de la personalidad psicopática.
2.2.2.- Indicadores de abuso sexual infantil.
Si un menor está viviendo alguna de estas situaciones, se pueden observar una serie de indicios que hacen detectables estas situaciones. Estos indicios pueden ser:
Físicos (hematomas, ITS, desgarramientos o sangrados vaginales o anales, enuresis, encopresis, dificultad para sentarse o para caminar y/o embarazo temprano).
Emocionales (miedos, fobias, síntomas depresivos, ansiedad, baja autoestima, sentimientos de culpa, estigmatización, TEP, ideación y conducta suicida y/o autolesiones)Cognitivos (conductas hiperactivas, problemas de atención y concentración, bajo rendimiento académico, peor funcionamiento cognitivo general y/o TDAH).
Relacionales (menor cantidad de amigos, menor tiempo de juego con iguales y/o elevado aislamiento social), funcionales (pesadillas, trastornos alimenticios y/o quejas somáticas)
Conductuales (conducta sexualizada, masturbación compulsiva, imitación de actos sexuales, uso de vocabulario sexual inapropiado, curiosidad sexual excesiva, conductas exhibicionistas, hostilidad, ira, conformidad continua y/o otros trastornos del comportamiento).
Sin embargo, varios estudios recalcan que estos síntomas pueden deberse a otras situaciones conflictivas para la estabilidad habitual del menor, como separaciones de los adultos o muerte de algún familiar. Sería de especial relevancia investigar que estas conductas no tienen que ver con otras situaciones de estrés parar el menor (diagnóstico diferencial). Es decir, hay que asegurarse de que los indicios corresponden al ASI a través de los protocolos establecidos.
2.2.3.- Impacto psicológico en los menores víctimas de ASI.
Las consecuencias psicológicas que puede sufrir una víctima de abuso sexual infantil son diversas y variables de una persona a otra. No hay un patrón de síntomas único. Aunque lo usual es que las víctimas sufran una gran variedad de síntomas, un pequeño porcentaje de ellas no sufre ninguno, y a éstas se las denomina “víctimas asintomáticas”. No obstante, posteriormente, podrían sufrir los llamados efectos latentes del abuso sexual infantil.
Centrándonos en el alto porcentaje de víctimas que sufren consecuencias psicológicas negativas, vamos a clasificarlas en: consecuencias a corto plazo y a largo plazo.
Consecuencias a corto plazo.
El impacto psicológico dependerá de las estrategias de afrontamiento que posea la víctima, en este caso, el/la menor. En el caso de las niñas, generalmente, presentan reacciones ansioso-depresivas. Los niños, en cambio, suelen mostrar dificultades de socialización, comportamientos sexuales agresivos y fracaso escolar.
La edad de la víctima también tiene gran relevancia, pues, dependiendo de ello, el niño o niña se encontrará en una etapa de desarrollo u otra, por lo que el impacto y las reacciones ante el hecho serán diferentes. Cuando se trata de niños muy pequeños (antes de los 6 años) suelen tomar estrategias de negación ante lo sucedido, pues no disponen de un amplio repertorio de recursos psicológicos. Aquellos algo mayores (entre los 6 y los 12 años), suelen sentir culpa y vergüenza ante lo sucedido. Y, en el caso de los adolescentes, suelen tomar conciencia de lo que está pasando y pueden llegar a tomar conductas tales como: huída de casa, consumo abusivo de alcohol y drogas, ideas de suicidio repetidas, conducta sexual “temprana”…
Consecuencias a largo plazo.
Podemos hablar de efectos a largo plazo una vez que se producen a partir de los dos años siguientes al abuso. Éstos son más difusos que los iniciales, pero igualmente tienen una gran repercusión en la vida de muchas víctimas. Las consecuencias más habituales suelen ser las dificultades en el desarrollo de la personalidad, depresión, un control inapropiado de la ira, problemas de pareja, menos habilidades de adaptación, abuso de alcohol o drogas o disfunciones sexuales. Este tipo de consecuencias están altamente relacionadas con la frecuencia y la duración que tuvieron los abusos, el tipo de abusos que se produjeron, el tipo de vínculo con el agresor, así como las repercusiones negativas derivadas del descubrimiento del abuso (por ejemplo, no haber creído al niño, rotura de familia…).
2.2.4.- Tratamientos para menores víctimas.
El tratamiento para las víctimas de abusos sexuales depende del tipo de abuso que se haya experimentado. No tendrá el mismo impacto psicológico un abuso con penetración que sin ella, o un abuso con contacto físico que sin él, por lo que, dependiendo del impacto, se requerirá un tratamiento u otro. Es necesario atender, también, a las características del menor (edad, capacidad verbal, madurez emocional…).
La intervención con los menores se podría clasificar en dos fases: 1) psicoeducativa-preventiva y 2) terapeútica.
En la fase psicoeducativa-preventiva el objetivo es que la víctima pueda entender y conocer lo que significa la sexualidad de una forma adaptada a su edad. Debe comprender qué son los abusos sexuales e interiorizar que la responsabilidad de lo ocurrido es únicamente del agresor. Además, para poder prevenir posibles nuevos abusos, es indispensable que el/la terapeuta enseñe al menor a diferenciar entre las muestras de cariño y las conductas sexuales, y así actuar en consecuencia (aceptar el cariño o decir no y pedir ayuda). En esta fase el/la menor elimina el sentimiento de indefensión e impotencia que puede haber fomentado el abuso y recupera control y seguridad.
En la fase terapéutica se trabajan distintos aspectos del trauma provocado por el abuso sexual. En la elaboración cognitiva y emocional del abuso, el/la terapéuta trata de proporcionar al menor una serie de estrategias que le ayuden a superar el malestar emocional. Es importante que la víctima reexperimente las emociones, reconozca su intensidad y aprenda a apartarlas de forma adecuada, para ello son útiles los dibujos, las fichas, los cuentos o los juegos, ya que facilitan su expresión emocional. Por otro lado, se eliminan los posibles sentimientos de culpa y vergüenza a través de técnicas que modifican las ideas distorsionadas que tiene el/la menor para ajustarlas a la realidad. Debe comprender que el único responsable es el agresor. En cuanto a posibles sentimientos de estigmatización, tristeza y baja autoestima, se debe hacer consciente a la víctima de que el abuso forma parte del pasado y de que puede llevar una vida normal y plena. Para ello, se trata de modificar sus pensamientos distorsionados y proyectar su vida hacia un futuro de forma positiva.
Dentro de esta misma fase, en aquellos casos en los que la víctima sufre ansiedad y miedo frecuentemente, se utiliza la técnica de exposición gradual a los estímulos adaptativos y no peligrosos que provocan ansiedad y respuestas de evitación (por ejemplo, dormir solo o jugar con niños). También es muy útil utilizar técnicas de relajación que disminuyen la ansiedad y ayudan a conciliar el sueño. Otro aspecto muy importante que se debe tratar es la desconfianza en la relaciones afectivas e interpersonales, ya que las víctimas, tras el abuso, pierden confianza en sí mismas, pero también en los demás. Para ello, el/la niño/a debe aprender a distinguir entre las personas en quienes puede confiar y en quienes no, a través de técnicas como el role playing o materiales específicos que ayuden a desarrollar sus habilidades sociales. La rabia, agresividad y hostilidad también son algo importante que hay que trabajar, ya que en muchos casos la víctima puede desarrollar reacciones de ira como resultado de su impotencia y frustración, ya sea de forma externa (conductas agresivas y antisociales) o internas (conductas autodestructivas). Para ello, Echeburúa y Guerricaechevarría (2000) hacen referencia a tres técnicas terapéuticas: suspensión temporal, distracción cognitiva y autoinstrucciones. Resumidamente, consisten en ayudar al menor a identificar los indicios de ira, aprender a alejarse física y psicológicamente de la situación, volver una vez calmado, ocupar la mente mediante otras actividades y enseñarle a hablarse a sí mismo de otra manera (por ejemplo: “voy a estar tranquilo”, “lo estoy consiguiendo”).
Por último, algo fundamental que se debe trabajar con un/a menor víctima de abusos sexuales es el área sexual. El suceso abusivo puede haber provocado en el/la menor una dificultad de identidad sexual, de hipersexualidad o aversión al sexo. La intervención terapéutica debe modificar las ideas y actitudes negativas y distorsionadas que la víctima ha interiorizado sobre el sexo, así como abordar falsas creencias sobre la homosexualidad. En el caso de adolescentes, las técnicas utilizadas irán acorde a la disfunción sexual que se haya desarrollado. Algo muy importante que el/la terapeuta debe trabajar es, en el caso de víctimas varones, el control del riesgo de que la víctima se convierta en el futuro en un agresor sexual. Para ello se utilizan técnicas de entrenamiento de habilidades sociales, desarrollo y fomento de la empatía y discusión racional sobre posibles distorsiones sobre las conductas de abuso.
2.3.- El pedófilo en la sociedad.
Actualmente para muchas personas sigue siendo complicado discernir entre pedófilo y pederasta, no porque no entiendan la diferencia radical de sus significados, sino porque el sentimiento de aversión que les causa las prácticas sexuales con infantes consigue que extrapolen la demonización y la estigmatización sentida hacia el pederasta, el cual ha cometido un delito, al pedófilo también. Así, se ve una vez más cómo la desviación nada tiene que ver, o al menos totalmente, con la delincuencia: un pedófilo, aun sin cometer ningún tipo de delito contra la integridad sexual de menores, es fácil que sea estigmatizado y señalado de igual manera que lo sería un pederasta.
La intención de esto es poner énfasis en la condición humana y en sus impulsos: estamos hablando de pulsiones intrínsecas a la persona, ya sean tanto aprendidas como genéticas (muchas víctimas de abusos en la infancia acaban desarrollando los mismos deseos y conductas). Estas pulsiones viven en la persona formando parte de ella: si la conducta está aceptada y normalizada socialmente no habrá lucha necesaria, pero en el caso de conductas no aceptadas socialmente y catalogadas como desviadas la persona se encontraría en una encrucijada moral en la que tendría o que luchar contra esas pulsiones que no encajan culturalmente, o rendirse a éstas y a la inmoralidad consiguiente.
Otras teorías, sin embargo, apoyan la idea de que el pedófilo y el pederasta disfruta con la angustia y la capacidad de ejercer el poder proporcionado por la asimetría jerárquica. Aún y todo, sí existen pederastas que, con carente sentido de la empatía, actúan sin sentir pena hacia sus víctimas o culpabilidad por sus actos, pero existe también otro sector interesante en el que incidir, y es el que es consciente de los límites e intenta reprimir sus impulsos.
2.3.1.- La psique del pedófilo.
Antes de centrarnos más en la personalidad del pedófilo, es importante recordar que a este no le atrae sexualmente el cuerpo infantil como tal, sino más bien lo que éste representa, de manera que se debe entender como algo psicológico; las preguntas que deberíamos hacernos, pues, es por qué le atrae el imaginario infantil y todo lo que la niñez simboliza.
Esto puede deberse a asociaciones desviadas en la sexualidad y el placer,de manera que un joven que se excite con estímulos atípicos como imágenes infantiles acabe asociando el placer sexual con niños. Si la experiencia y experimentación del sexo y del placer está ligada en sus inicios a pensamientos en niños, el problema surgirá cuando dichas experiencias se reproduzcan en su imaginación como único elemento erótico, esto es, como único estímulo placentero para la persona. Con el tiempo, las fantasías y las imágenes sexuales que inundan las mentes de estas personas se convierten en obsesión y compulsión, llegando a anular en muchos casos la voluntad propia. Estas personas acaban siendo dominadas por la intensidad de estas fantasías sexuales, ya que por más que lo intentan no consiguen deshacerse de ellas (como una adicción) (Viola,2012).
Un estudio realizado por Ortiz-Tallo etal. (2002) describe a pedófilos y pederastas ‘’como personas con dificultades para interactuar o establecer relaciones emocionales con otras personas adultas, cuestión que los llevaría a buscar estas relaciones emocionales y sexuales con niños’’. Debido a esto, los pedófilos y pederastas tenderían a buscar constantemente la aceptación social, y presentarían como característica un evidente miedo al rechazo y a la humillación por parte de otros. También exhibirían dificultades para asumir roles maduros e independientes y responsabilidades. Esto podría verse reforzado por el gran rechazo social que sufren dichos delincuentes (y no delincuentes: los pedófilos son igualmente demonizados y estigmatizados) en la sociedad.
Una característica común es la existencia de distorsiones cognitivas y pensamientos desacertados orientados a la justificación de su comportamiento. La relación que mantiene el pedófilo o pederasta con su víctima se basa ante todo en la manipulación y en el uso del poder jerárquico; a consecuencia de esta relación, se suele llevar a cabo el abuso sexual del menor, cada vez de forma más confiada por parte del adulto (aumenta la frecuencia, la gravedad de las acciones, etc.). Las estrategias utilizadas por los pedófilos o pederastas consisten de una serie de manipulaciones psíquicas relacionadas con mostrar un comportamiento simpático hacia su víctima, hacerle regalos, mostrar hacia ellas un interés excesivo, etc. Estas manipulaciones, y no la fuerza o violencia, hacen que consigan implicar a la víctima en actividadessexuales.
Un estudio clínico realizado en 2002, defiende que los delincuentes sexuales de menores (pederastas) presentan menos alteraciones de la personalidad que los delincuentes de delitos sexuales de adultos.(Ortiz- Tallo, Sánchez, & Cardenal, 2002).
Otro estudio, esta vez de Becerra-García(2013), presenta una serie de rasgos y trastornos de la personalidad predominantes en personas con este tipo de desviaciones. Así, indica que la personalidad de un pedófilo o pederasta puntúa más alto en paranoia, esquizofrenia, incoherencia, trastorno histriónico, desviación psicopática y obsesivo-compulsividad, de manera que a la hora de tener que afrontar situaciones diversas los mecanismos utilizados serían menos maduros. Los pedófilos o pederastas presentan tendencias más obsesivas y mayor nivel de disfunción sexual que otros adultos. Con respecto a esto cabe puntualizar que los pedófilos/pederastas que fueron a su vez víctimas de abusos sexuales en su infancia tienden a mostrar niveles más altos de hostilidad, disfunción sexual, menor empatía hacia sus víctimas y mayor nivel de malestar personal en comparación con los que no sufrieron estos abusos en la infancia.
Con todo, es importante siempre, antes de diagnosticar el trastorno de pedofilia, descartar toda alteración orgánica-cerebral, retraso mental, psicosis, etc..., ya que esta desviación se muestra sin patología previa y de forma primaria.
2.3.2.- Tratamientos para pedófilos.
Si partimos de lo dicho en el estudio clínico de Ortiz-Tallo mencionado anteriormente, el cual defiende que lo que lleva a un pedófilo o pederasta a focalizar sus relaciones emocionales y sexuales en niñes es la dificultad de interactuar y de establecer relaciones con otras personas adultas, los tratamientos hacia los pederastas y pedófilos en gran medida deberían ir encaminados a mejorar las habilidades sociales de estos, disminuyendo su temor a las relaciones interpersonales con personas de su misma edad. Según las teorías que defienden que el pederasta es un ser obsesivo respecto de sus fantasías sexuales, habría que trabajar en ellos el control de impulsos; las hipótesis que mencionan las malas asociaciones sexuales y eróticas como motivos de la pedofilia deberían defender tratamientos que incidieran en esta asociación, tratando de reconducir la sexualidad de estas personas a lo socialmente aceptado.
Como vemos, muchas son las teorías relativas a la pedofilia y a la pederastia, y por ello muchas son las posibilidades que se nos podrían ocurrir a la hora de llevar a cabo tratamientos orientados a estas personas. Además, estas intervenciones no parten únicamente de la psicología, sino que también existen propuestas originadas por la rama biológica. En este epígrafe nos centraremos en las posibles intervenciones psicológicas, entre las que predomina el paradigma cognitivo-conductual.
Uno de los aspectos que primero se trabajan con pedófilos es el entrenamiento en habilidades sociales y en empatía, en los cuales se debe trabajar a su vez la gestión del estrés y la reestructuración cognitiva, ya que a veces determinadas conductas impulsivas tienen su razón de ser en la ansiedad de la persona.
Otro de los aspectos importantes que se debe trabajar con el pedófilo o pederasta es la significación de la atracción sexual por menores para la propia persona buscando la existencia de elementos causales (en el caso de haberlos, serán tratados). Encontrar el por qué de esta fijación desviada de los pedófilos hacia los niños puede ayudarles a entender sus impulsos y, de esta manera, ayudarles a controlarlos en cierta medida.
Con respecto a la teoría que nos habla de la escasa capacidad de relación emocional y sexual e interacción del pedófilo con otros adultos como un elemento que favorece o motiva el desarrollo de este trastorno, pueden realizarse también en la persona parafílica un trabajo en el refuerzo de la autoeficacia y el entrenamiento de la asertividad, así como de habilidades sociales. Con esto se trataría de paliar o erradicar la posible ineficacia de estas personas para mantener estas relaciones mencionadas anteriormente.
Para tratar de reconducir la conducta sexual se plantean diferentes alternativas y programas similares a los utilizados en otras parafilias o en caso de adicciones, como pueden ser la asistencia a grupos de apoyo y terapia grupal o el control de ocasiones que predisponen la acción. Se lleva a cabo aquí la búsqueda de un desarrollo de vinculaciones positivas que potencien la excitación sexual en situaciones no parafílicas (buscar la excitación mediante estímulos no parafílicos) mediante el análisis de las fantasías y su posterior modificación y reconocimiento masturbatorio. Se intenta que el pedófilo detecte y clasifique sus fantasías sexuales en normales y parafílicas para que mantenga durante la masturbación las fantasías normalizadas, con la intención de que paulatinamente se vea más atraído por estimulaciones aceptadas, como las relaciones sexuales con adultos. Se intenta que el pedófilo o pederasta asocie la atracción hacia menores con el período en el que no existe excitación, pudiendo así generarse una menor activación cada vez ante la imagen de menores.
Con todo, la combinación entre las terapias psicológicas mencionadas con una terapia farmacológica personalizada suele ser el método que mejores resultados ha dado.
3.- METODOLOGÍA.
Este trabajo tiene su base en dos fuentes de información principales: la primera, es la revisión teórica de lo ya establecido hasta la fecha. Y, la segunda, las entrevistas a distintos involucrados en este fenómeno desviado.
Realizamos cuatro entrevistas semi-estructuradas, una por investigador, a tres víctimas de abuso sexual infantil y a una psicóloga de intervención con pedófilos y pederastas. Realizamos preguntas abiertas sobrevenidas de un guion temático (Anexo 1 disponible en el apartado de bibliografías) sobre lo que pretendíamos investigar. El informante expresa sus opiniones, matiza sus respuestas, e incluso se desvía del guion inicial pensado por el investigador cuando se atisban temas emergentes que es preciso explorar.
La primera dificultad la encontramos con las asociaciones. Enviamos correos a varias asociaciones de víctimas y de asistencia en el abuso sexual infantil, e hicimos algún que otro contacto en persona. En un primer contacto varías se mostraron con intención de colaborar, sin embargo, a la hora de concertar entrevistas no hubo respuesta por parte de las mismas.
Compartimos un mensaje (Anexo 2 disponible en la sección nde bibliografías) por distintas redes sociales pidiendo colaboración para realizar entrevistas tanto a víctimas como a pedófilos agresores y no agresores. Recibimos varias respuestas de víctimas de distinta índole solicitando más información para colaborar. Muchas, tras escuchar todas las condiciones, decidieron no participar puesto que no se veían preparadas para verbalizar lo ocurrido (siendo este un requisito imprescindible para la realización de este trabajo para la asignatura de sociología de la desviación).
Muchas de las víctimas que se prestaron a colaborar en nuestro trabajo de investigación residían en otra comunidad, o incluso en otro país. La diferencia horaria ha dificultado la concreción de las citas para las entrevistas, además de los posibles fallos de conexión a internet que impedían en algunos casos una fluida comunicación, y, por consiguiente, un buen entendimiento. Además, la realización de estas entrevistas vía internet, sobre todo a las víctimas, dificultó en cierta medida el acercamiento a éstas y la creación de un clima más íntimo; pese a esto, solventamos bien el problema y pudimos realizar entrevistas de calidad.
Como ya se ha mencionado, se solicitó ayuda de pedófilos que hablasen de su situación para enfocar con más exactitud esta problemática, pero no hubo respuesta. Además, contactamos de forma directa con una asociación norte americana llamada NAMBLA que trata de normalizar la pedofilia e incluirla en el colectivo LGTB+. Sin embargo, este contacto fue infructuoso.
4.- CONCLUSIONES.
La primera conclusión que podemos extraer es la inexistencia de un perfil claro de pedófilo. Esto ya es bien sabido a día de hoy, pero queremos que debe hacerse hincapié en el hecho de que no estamos hablando únicamente de la falta de un perfil conductual, sino que esta falta de perfil engloba todas las áreas.
El ''continum'' al que se refiere en varias ocasiones ThuyNguyen, relativos a la culpabilidad que pudiera sentir un pedófilo, a la moralidad, a la concepción de pedofilia, a las justificaciones y distorsiones cognitivas, a la empatía con la víctima, etc., refuerza la idea de que no estamos hablando de personas clasificables por sus acciones, como podría ser un sádico, ya que éstas van en función de todas las variables enumeradas anteriormente y en el caso del sádico son unas variables concretas las que lo definen. Así, la pedofilia tendría que asimilarse socialmente como una característica de la persona y no como un todo. Esto ayudaría en un futuro a entender que la personalidad del pedófilo, los déficits que presente, sus vivencias y cogniciones, etc., hará que este gestione y canalice su desviación o preferencia sexual de manera diferente, realidad que es necesaria hacer conocer tanto para luchar contra el aislamiento que sufren estas personas como en materia de reducción, pues siempre acercarte a la verdad ayuda a su entendimiento y prevención.
Otra de las conclusiones que podríamos sacar es la evidencia del rechazo, tanto por parte de la sociedad como por parte del entorno cercano del pedófilo, y cómo esto acaba influyendo negativamente en las estadísticas de recaídas y número de abusos. El rechazo del entorno cercano imposibilita un buen desarrollo de la terapia si se diera, ya que es recomendable que el pedófilo tenga una persona con la poder hablar de este problema para gestionar estas emociones e impedir posibles abusos futuros. Este rechazo puede incluso obstaculizar la búsqueda del apoyo y la ayuda terapéutica debido al miedo al rechazo que siente este colectivo, así como la vergüenza y el miedo a ser juzgados. Y no solo existen consecuencias negativas relativas a un incremento de dificultad a la hora de que el pedófilo busque ayuda, sino que también surgen de las propias instituciones y educación de la sociedad: la falta de educación y el desconocimiento sobre estos temas hace que se abogue, una vez más, por la punitividad en vez de por la rehabilitación y resocialización del agresor, de manera que dejan de existir muchas opciones que ayuden al pedófilo con el problema (la mayoría de ayudas que existen en España son de prevención terciaria, en contraste con la situación de otros países como Alemania que abogan por una menor demonización de este colectivo y les brindan servicios gratuitos de prevención primaria a quien quiera requerirlos) con el objetivo de que no acabe delinquiendo porque, al fin y al cabo, no está bien visto hoy en día (ni se quiere) verte vinculado a dicho colectivo y por lo tanto existe una falta de financiación notoria.
Al final todo este rechazo favorece el aislamiento del colectivo y el que no considere siquiera ir a una consulta: casi todos van porque se ven forzados a esto debido a la vergüenza y el miedo a ser juzgados. Si pudiéramos luchar contra este rechazo, seguramente serían más favorables las situaciones en las que se encontrarían los pedófilos, en tanto poder contar con su familia o sus parejas para afrontar el problema, como en recursos a los que acudir y en una mayor motivación para ello. Pero cuando hablamos de rechazo social, no se ven únicamente perjudicados los pedófilos, sino que el tabú que rodea a esta problemática hace que haya, además de toda esta carencia educacional y asistencial para pedófilos, una gran carencia también en recursos que ofrecer a víctimas, así como en cifra negra de este delito.
Una de las conclusiones más interesantes que hemos podido observares el hecho de que el concepto de pedofilia no se puede entender como concepto social en tanto a atracción hacia personas que despierten un imaginario infantil o juvenil, sino como un concepto más psicológico o judicial. La cuestión que se tiene en cuenta, en cambio,es la. madurez psicosexual del menor, de manera que la lectura que tiene esta palabra se encuentra limitada a cuestiones psicológicas de la víctima, así como su edad, sin centrarse realmente en cuestionar o contemplar la realidad social de estas preferencias sexuales. De esta manera, no se nos ha negado la posible existencia de una normalización de tendencias o gustos “pedófilos”, sino que se nos ha puntualizado que el término no sería pedofilia y que éste no recoge estos estudios. Dichas preferencias podrían calificarse como fetichismos, por ejemplo, en el caso de una persona adulta a la que le atraigan únicamente otras con un perfil más joven, pero no se consideraría una desviación. Así, la conducta que la sociedad señala como desviada (la pedofilia) no estaría siendo señalada tanto por el hecho de que el menor sea un niño en sí, sino por su incapacidad de consentir las prácticas que les realizarían: a la sociedad no le molesta esta diferencia de edad en realidad, únicamente esta manipulación de la psique de lavíctima.
Las perspectivas de futuro en tanto al rechazo social y a un mejor tratamiento de la problemática de los pedófilos no es muy prometedor si tenemos en cuenta la tendencia punitiva que lleva demandándose en España estos últimos años y que no parece que vaya a detenerse. Aun así, nunca hay que perder la esperanza, y es que hay grupos y organizaciones que acaban luchando contra marea porque el futuro sea mejor. Ejemplo de estoes la creación por parte del Institut de Psicología Forense de Barcelona, junto a otros colaboradores, de una plataforma especializada en una prevención primaria del abuso sexual infantil, enla cual se atenderán a pedófilos que potencialmente puedan cometer abusos para prevenirlos. El objetivo de este proyecto sería la sensibilización con los casos de abusos infantiles, así como la facilitación de información sobre el problema y las soluciones (tanto para los profesionales que trabajen en dicho entorno como para la comunidad y las personas que sufran dicho trastorno).
Este tipo de iniciativas favorecen la lucha contra el desconocimiento general de la población, la demonización del pedófilo, así como su equiparación a pederasta, y, sobre todo, ofrece una lucha que se anteponga al delito, que mire de frente al problema y quiera tratarlo, y no castigarlo.
A través de las entrevistas realizadas a las víctimas hemos podido confirmar los datos que nos habían proporcionado previamente diversas fuentes bibliográficas sobre la prevalencia del hombre abusador frente a la mujer, pues en todos los casos analizados eran varones (padre, tío-materno, hermano). No solo hay que destacar el hecho de que sean hombres, sino también de que todos ellos sean familiares. Creer que sólo los desconocidos pueden ser capaces de llevar a cabo este tipo de prácticas con menores es un mito, pues está demostrado que la mayor parte de estos abusos son producidos por sus propios familiares, abusando de la confianza y vulnerabilidad del menor.
Por otro lado, cabe destacar la falta de reacción de los familiares ante el abuso. En los tres casos analizados, los familiares más cercanos (como la madre, el padre o los tíos) lo supieron, adoptaron la postura de no hablar sobre el tema, hacer callar a la víctima y no interponer ninguna denuncia. Se podría decir que, a pesar de los casos recientes que han salido a la luz y que han dado una mayor visibilidad a este fenómeno de los abusos sexuales infantiles, éste sigue estando oculto en las familias. No sólo en los casos sucedidos hace cuarenta o treinta años, sino también en los casos que han sucedido hace siete años o menos. Por lo que, a este respecto, aún nos queda un largo camino por recorrer, pues se debe comprender que los abusos sexuales son un problema de índole social, y no personal. Esto es, se da porque está normalizado en nuestra sociedad, de manera que, para acabar con ello, deberíamos tratarlo como un problema social, y no como algo personal, como si fueran casos aislados (asuntos familiares).
Unido a lo anteriormente mencionado sobre la reacción de los familiares, podría asegurarse que la vergüenza es uno de los principales motivos por el que los abusos no salen a la luz, y, por lo tanto, no se visibiliza este fenómeno. Es decir, el estigma al que se ven sometidas las víctimas lleva al rechazo, tanto de sus familias como del resto de la sociedad, lo que, a su vez, genera un gran miedo a las consecuencias de tal revelación, pues teniendo en cuenta que generalmente los abusadores son familiares de las víctimas, la familia queda rota y la reputación de éstas se ve claramente afectada, pasarían a ser familias señaladas.
Por otro lado, ha quedado reflejada la diversidad de consecuencias que provocan este tipo de abusos en cada persona y caso concreto; es decir, no hay un patrón de síntomas concreto. Una problemática que, a su vez, se ve acentuada a largo plazo. A medida que pasa el tiempo, si una víctima carece de la ayuda necesaria para afrontar los hechos, las consecuencias pueden ir agravándose, como reflejo tenemos el caso de una de las entrevistadas, la cual está de baja debido a una disociación cognitiva por estrés postraumático, cuarenta años después de sufrir los abusos.
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